Era un departamento tipo loft, de
esos que parecen sacados de un cuadro modernista, con la sala y el comedor
bailando juntos en un vals sin fin, y la habitación asomándose tímida, bañada
por una luz compartida que se colaba como un susurro. Ahí estaba yo, tumbado en
la cama, con la cabeza hundida en la almohada, mirando la pared como quien
busca respuestas en un lienzo en blanco. Mis ojos, pesados como cortinas de plomo,
se cerraban lentos, rendidos al abrazo del sueño, mientras la sala, a mis
espaldas, se desvanecía en un eco lejano.
De pronto, un murmullo cortó el
silencio, afilado como un cuchillo en la niebla. Una voz suave, pero firme, me
sacó del borde del abismo. Abrí los ojos a medias y ahí estaba ella: una chica
menuda, de estatura baja, con el cabello lacio y negro cayendo como un río de
medianoche sobre sus hombros. Su piel, blanca como la luna en invierno,
contrastaba con unos ojos de miel que brillaban como faros en la tormenta. Sus
labios, rojos como pétalos de rosa envenenada, se movían al compás de un
vestido con lunares blancos que parecía danzar con cada paso. “¿Dónde está el
baño?”, preguntó, con una calma que helaba la sangre. Aturdido, le señalé el camino
y, con un hilo de voz, la invité a pasar, como si el instinto hablara por mí.
Pero espera, rebobina, que aquí empieza el misterio. Entre el sueño y la vigilia, mi mente dio un giro. Yo vivo solo, soy un lobo solitario en mi cueva de cemento, y ese día no había abierto la puerta a nadie. Ni un alma, ni un suspiro, ni un eco. Entonces, ¿quién era esta chica sacada de un sueño gótico? Seguía de lado, con la pared como mi confesora, cuando ¡pum!, la cama crujió. Ella se acostó a mi lado, sus brazos flacos me envolvieron como lianas de un bosque maldito. Mi corazón saltó, zumbando como alas de colibrí, y luché como presa en las fauces de un lobo invisible. Pero nada, mi cuerpo era una estatua, atrapado en un hechizo de plomo, mientras el latido me martilleaba los oídos como tambores de ultratumba.
Con un grito mudo, me liberé,
sentándome de golpe, sudoroso y jadeante. Giré la cabeza, buscando a mi captora
espectral, pero… vacío. Ni rastro de ella, ni un lunar rojo en la sábana. Solo
yo, perdido en la penumbra, víctima de la apnea del sueño, esa bruja que teje
pesadillas con hilos de aire robado. ¡Qué susto, amigos! Por un segundo, todo
fue tan real que creí estar en un relato de Poe. Y lo peor: su cara me sonaba.
Esos ojos, esa piel… los había visto antes, pero mi memoria era un cofre
cerrado con candado oxidado. ¿Sería la edad jugando conmigo, barajando lo real
con lo irreal?
Pasaron semanas, la rutina me
tragó como un río manso, y olvidé el mal sueño. Hasta que sonó el teléfono.
Tras el “hola, ¿qué tal?”, me citaron en mi propia casa. Llegó el día, y entre
café y charlas, mi vecina soltó una bomba: “En el edificio, por el segundo
piso, han visto a alguien paseando de noche. Hay que hacer una limpia, un
exorcismo. Sé que no crees, pero ¿nos das permiso?”. Asentí, respetuoso aunque
escéptico, y le pedí que me avisara el día para apuntarlo en mi agenda caótica.
Antes de irse, se acercó, bajando
la voz: “Perdón, pensé que estabas solo, no quise interrumpir”. Fruncí el ceño.
“Estoy solo, solo tú y yo aquí”. Ella miró hacia mi habitación y soltó: “Acabo
de ver a una chica entrar al baño. Bajita, tez blanca, cabello lacio y negro,
con un vestidito rojo de lunares”. El mundo se detuvo. Mi cara se puso blanca
como esos lunares, mi corazón galopó como caballo desbocado, y mis manos
temblaron como hojas en el viento. Había olvidado el sueño, pero ahora volvía
como un cuervo graznando en mi ventana.
Con la garganta seca y un nudo en el pecho, balbuceé: “Estoy solo. Que esa limpia sea pronto, por favor”. Ella asintió, confundida, y se fue. Me quedé ahí, mirando la puerta del baño, cerrada como un secreto. ¿Quién era esa figura de rojo? ¿Un eco del sueño? ¿Un fantasma del edificio? ¿O mi mente, traicionera, pintando sombras donde solo hay luz? La noche cayó, y el loft guardó silencio, pero yo… yo sentí que algo me observaba desde las grietas y preguntándome ¿Sueño, espíritu o locura? Aun este misterio sigue vivo, latiendo en las paredes y en mis recuerdos.
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