Una platica entre amigos: El jefe guapo, el beso inesperado y la telenovela que nunca firmé para protagonizar - Parte III
Después del final del día laboral, decidieron ir por esas primeras dos que no se venia mal, pero, no contaron con que las chica de la oficina se unirían al escuchar la invitación la cual tomaron sin más objeción. En persuación los varones le dijeron que los temas de conversacion eran para mayores de edad con documentación. Una de ella, con ojos abiertos y sonrisa malisiosa dijo, - "Ay hijos su supiera que lo que ustedes se ponen a invertar, nosotras los secretos sabemos guardar."
Llegaron un local donde comenzaron con 2 de trigos y una morena. Ella apertura la conversación; así sin más, mostrando que es una mujer de armas tomar comenzó a narrar.
En un trabajo anterior, en una constructora, ella tuvo un jefe, pero no cualquier jefe, sino uno que parecía sacado de un anuncio de colonia. Piel morena clara como el café con leche, ojos verdes que brillaban como esmeraldas robadas a un tesoro pirata, y una sonrisa capaz de cuestionar si el salario emocional no sería suficiente pago. Era colombiano, con un acento que sonaba a café recién hecho y un carisma capaz de iluminar hasta la reunión más aburrida.
Todo iba bien en el reino de la oficina hasta que llegó la
fiesta del Día del Trabajador de Construcción Civil. Ahí, entre música y risas,
la línea entre jefe y compañero de baile se difuminó. Bailamos como si fuéramos
los protagonistas de una telenovela barata, y cuando la fiesta terminó, el
grupo decidió seguir la noche en Miraflores. Terminamos en su departamento,
donde mi primo y una amiga se quedaron en una habitación, mientras él y yo
hablábamos como si fuéramos viejos amigos.
Pero aquí viene el giro inesperado: no hubo besos, ni miradas incómodas, ni intentos de conquista. Nada. Solo una foto en su cuarto que lo cambió todo: su esposa y su hijo. Cada tres meses, él volaba a Colombia para verlos. "Un caballero", pensé, mientras los rumores en la oficina empezaban a volar más rápido que un chisme en un grupo de WhatsApp.
En otra fiesta, apareció una chica decidida a robarle el
papel protagónico a esta historia. Con una envidia que podías sentir desde el
otro lado de la sala, intentó conquistarlo. Spoiler: no lo logró. Al día
siguiente, me enteré de que ella se emborrachó, intentó besarlo, y él, fiel a
su estilo, la rechazó.
Pero el clímax llegó una mañana, cuando llegué temprano al
trabajo y lo encontré mareado, despeinado y con esa mirada de "¿qué hice
anoche?". Se paró frente a mí, me abrazó y... ¡plas! Un beso inesperado.
Mi cerebro hizo cortocircuito, pero mi instinto me llevó a prepararle café,
lavarle la cara y decirle: "Amigo, no pueden verte así". Cuando
recuperó la sobriedad, se disculpó. Yo, nerviosa, solté una risita y le dije:
"No hay problema, estabas mareado".
Después de eso, la vida siguió su curso. El trabajo terminó,
y nunca más supe de él. Pero esta historia, con sus giros, rumores y ese beso
que nunca debió ser, sigue siendo uno de esos recuerdos que sacan una sonrisa.
Porque, al final, ¿quién no tiene una anécdota de oficina que parece sacada de
un guion de Hollywood?
Ella agarró su copa, dio un sorbo tan grande que el licor le
pintó las mejillas de arrebol, como si el rojo subiera en ascensor. Justo
cuando el silencio amenazaba con aplastarla, alguien lanzó un salvavidas al
ring: —¡Vamos con cuentos de amores, esos que te tatúan el alma! Historias que
suenan a fábula, pero te hacen dudar si son verdad, mentira o un eco de tu
propia partida. ¡Cada uno suelte la suya, y que el jurado del corazón decida!”
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