El pescador y el río: donde la calma tiene ritmo

No todos los héroes llevan capa. Algunos llevan gorra descolorida, botas de goma con historia, y un anzuelo que ha visto más amaneceres que cualquier reloj. Así es Don Julián, el pescador que no persigue fortuna ni fama, sino el murmullo del río que le canta cada mañana como si fuera un viejo amigo.

“Yo no pesco oro, pesco paz,” me dijo una vez, mientras se rascaba la panza y soltaba una carcajada que espantó a las garzas y atrajo a las risas del viento.

 

Cada día, al amanecer, baja con su bote viejo, que ya no flota, sino que se arrastra con dignidad y memoria. Lleva pan duro, café tibio, y un corazón liviano. No hay apuro, no hay tráfico, no hay jefe que lo mire raro. Solo el río, que le habla en susurros y le enseña a vivir despacio, como si el tiempo tuviera modales.

Don Julián encontró en el río lo que muchos buscan en retiros caros y libros de autoayuda: silencio que no incomoda, viento que no juzga, y peces que no mienten. Dice que cada corriente le cuenta un chisme del universo, y que las piedras del fondo guardan secretos que ni los sabios conocen.

 > “Aquí no hay Wi-Fi, pero la señal del alma es fuerte,” dice mientras lanza la caña con la elegancia de quien no espera nada, pero lo recibe todo.

Su bote no tiene motor, pero tiene propósito. No tiene GPS, pero nunca se pierde. Porque Don Julián no navega por coordenadas, sino por intuición. Y en cada remada, va dejando atrás las preocupaciones que otros coleccionan como trofeos.

 A veces, mientras el sol se despereza sobre el agua, aparece una nutria que, según él, baila salsa. Lleva gafas de sol y una flor en la oreja. “No me creas, pero tampoco me ignores,” dice con una sonrisa que parece haber sido tallada por la misma brisa.

Y así, entre risas y remos, aprendió que la felicidad no siempre viene en forma de logros, a veces llega como una brisa que huele a eucalipto y libertad. Que no hace falta tener mucho, si uno tiene el río, el cielo y un buen termo de café. Que el éxito no siempre se mide en cifras, sino en la cantidad de veces que uno puede decir “hoy fue un buen día” sin mentir.

Porque Don Julián no vive para pescar, pesca para vivir. Y en cada gota que salpica su bote, hay una lección: que la vida, cuando se vive con calma, también brilla. Que el río no es solo agua, es espejo, es maestro, es refugio. Y que a veces, lo más revolucionario que uno puede hacer… es sentarse a escuchar cómo fluye el mundo sin tratar de cambiarlo.


Asisitido por IA-Copilot

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