Cuando la vida te devuelve el alma - 3 Parte

Dicen que la vida es como una ruleta, giras y giras, y cuando crees que la bolita se detuvo en el número equivocado, ¡zas!, te sorprende con un giro inesperado.

La llamada del destino, Minerva, sintió que el teléfono vibraba, un número desconocido, con un discado internacional que parecía venir de otro mundo. Ella dudó, respiró, contestó, y al otro lado una voz formal le dijo: “Su pedido ha sido aceptado, tiene que viajar en el menor plazo posible”.

Las palabras rebotaban en su mente como eco en cañón profundo: ¿viajar? ¿yo? ¿ya?

El corazón se le agitó cual sonido de una máquina de coser, sabía que era la confirmación de esos trámites que parecían eternos, los mismos que un día habían comenzado con sueños de amor, planes de familia y promesas bajo cielos universitarios.

Emilio, el compañero de aula y de vida, lo había conocido en la universidad, entre apuntes de clases y cafés que sabían más a complicidad que a cafeína. Después de algunos meses de salidas, ya tenían más conexión que un router en aeropuerto internacional: siempre disponibles, siempre enlazados.

Juntos trabajaban por su futuro, hasta que un día la vida les lanzó una curva: lo despidieron. Él, con la mirada apagada, y ella, con la fuerza de mil soles, le ofreció refugio, alimento, techo y amor sin pedir un pago, solo con la esperanza de que juntos podrían levantarse.

De tanto conversar decidieron emprender, y aquel negocio, que comenzó como un juego de azar, se convirtió en la gallina de los huevos de oro. Pero, como suele ocurrir en las empresas familiares, las deudas llegaron como invitados indeseados, tocando fuerte la puerta.

El salto al vacío y sin más remedio, él decidió buscar horizontes en otro país. Un viaje con más miedo que equipaje, cruzando fronteras como quien persigue el sueño americano con los bolsillos llenos de ilusión. Pero el destino, en modo severo, lo atrapó y lo metió tras barrotes unos días. Allí gritaba entre lágrimas: “¡Quiero volver!”.

Ella, al otro lado, pedía ayuda a su familia. Y la familia, como todo clan que cuida a los suyos, no dudó en extender las manos, poner hombros, dinero y hasta lágrimas, solo porque querían lo mejor para su sobrina. Lo ayudaron a conseguir casa y trabajo en ese país extraño, con un lenguaje donde la opción del botón de “traducir” no parecía funcionar.

Los planes de ambos seguían intactos: unirse, formar familia, hacer realidad el sueño. Pero, con el tiempo y la distancia como llama descuidada, el amor comenzó a apagarse. Las llamadas se redujeron, los mensajes se hicieron más fríos, hasta que un día solo quedaron los trámites legales, que avanzaban como reloj sin pilas pero con destino fijo.

Ese es el origen del viaje programado, la confirmación llegó: tenía que viajar.

Ella empacó ropa, ilusiones y temores. Su corazón latía como si quisiera escapar por la ventanilla del avión, se decía asimismo que no quería dejar eso que estaba conociendo pero finalmente ya los planes hace tiempo se habían hecho. Antes de ir al aeropuerto, dejo una nota: "Te amo mucho, quiero mi vida contigo =)",  a la persona que le acompañaba esos meses y el motivo porque que no quería viajar.  Un breve abrazo un beso tierno los separó sabiendo que no habia fecha de un posible reencuentro.


Minerva, aterrizo y entre trámites de imigraciones ya se encontraba iniciando nuevas ilusiones. Su tía y prima le recibieron con brazos abiertos, prepararon casa, comida y hasta chismes atrasados. Hablaron de planes, de futuro, de todo lo que parecía posible en aquel nuevo suelo.

Pero llegó el momento de enfrentar la realidad: volver a ver a Emilio, a quine no veia o abrazaba hacía dos años.

Su tía había comprado una casa para recibirla, en la cual ya estaba habitada por Emilio desde hace 2 años atrás. Una casa pequeña, pero pintada de esperanza.

Al abrir la puerta, la ilusión se desplomó: platos amontonados como cerro en el lavatorio, papeles tirados al rededora de la cama que narraban batallas amatorias recientes en la habitación.

El corazón, ya roto desde hace tiempo, terminó por hacerse polvo. Él, sorprendido por la visita, Minerva le había dicho antes que ella había retornado a su país que migraciones la rechazó. Nunca esperó esa llegada, nunca limpió la escena de guerra.

Ella, con dulces que los padres de él habían enviado, se presentó como quien cumple una promesa. Y él, con menos gracia que funcionario público en ventanilla, la recibió: “Qué bueno que estés acá”. Sin abrazo, sin calor, solo indiferencia.

Hablaron y acordaron ciertas reglas, cada uno tomo posición de su propia habitación, ella pidió ayuda para sábanas limpias. Él respondió con desgano: “Usa mis colchas”. Ella, imaginando los recuerdos impregnados de sudor ajeno, prefirió rechazarlo. Pusieron a lavar un edredón, pero el frío de esa noche no se iba y el lavado no termina. Al pedir apoyo una vez más, él amenazó con llamar a la policía si volvía a molestarlo que vaya y vea el edredón de la lavandería.

Ella le recordó lo que su familia había hecho por él. Él, con la memoria selectiva del olvido, calló. Las discusiones se convirtieron en rutina, la convivencia en tormenta viva.

Que es lo que queda, resurgir entre ruinas. Ella, con el corazón lleno de sueños y la voz de aliento que escuchaba desde lejos en cada llamada familiar, decidió no hundirse. Estudió, trabajó, se levantó cada día como quien escala una montaña empinada. Y sin darse cuenta, ya estaba arriba, con los planes a su favor, con la vida sonriéndole de nuevo.

Y entonces, cuando menos lo esperaba, sucedió. La voz que la acompañó durante su lucha, esa llamada de voz familiar lo volvió a escuchar, pero no a través del auricular. Volteo y el encuentro que devolvió el alma, el amor llegó. No el amor del pasado, sino uno fresco pero no nuevo, limpio como lluvia después de sequía esperado y que a pesar de la distancia nunca se debilitó.

Él apareció, la miró, y como si el tiempo hubiera conspirado a su favor, como su el tiempo y la distancia nunca existió corrió hacia ella y en sus brazos la cargo.

Ella, incrédula, también corrió. Se encontraron en un abrazo que derritió la escarcha de años, en un beso que no fue solo beso, sino pacto, promesa, resurrección. Ese beso le devolvió el alma entera y la esperanza de que las promesas de cumplen si son verdaderas.

Sintieron que ese era el inicio diferente, no era el final, era el comienzo. Una nueva historia, con tintes de comedia, pinceladas de drama y trazos de ilusión

Caminaron juntos, tomados del brazo, sabiendo que el futuro era un lienzo en blanco, listo para pintarse con risas, planes y sueños compartidos. Porque la vida, esa escritora caprichosa, nunca cierra un libro sin antes regalarnos otro capítulo.

Y es que el amor es terco: se esconde, se apaga, se confunde, pero siempre regresa de alguna forma. A veces disfrazado de nuevo encuentro, a veces en forma de despedida, pero siempre con la lección lista.

El corazón puede romperse mil veces, pero basta un beso verdadero para recordarnos que todavía late, que todavía sueña, que todavía es capaz de comenzar otra vez.

Porque, al final, no importa cuántas guerras peleamos en cocinas desordenadas o cuántos vuelos tomamos con lágrimas escondidas. Lo importante es que nunca dejamos de ser viajeros en busca de un abrazo que nos devuelva el alma.

 

Asisitido por IA

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